La costa californiana es muy virgen, y la conservan así porque es así como la quieren tener. Tiene muchas zonas acotadas para evitar su deterioro, con innumerables especies protegidas como: focas, morsas, gaviotas, palomas, ardillas… Son playas casi salvajes, todas llenas de algas extrañísimas y sin ninguna edificación cercana, y mucho menos turístico u hotelero [1].
La primera población donde hemos parado ha sido Monterrey, un precioso pueblecito pesquero donde suelen retirarse los artistas más consolidados, como Clint Easwood [2] o Doris Day (alguna vez se la ve con pañuelo en la cabeza y gafas para ocultarse de las miradas) [3].
Antiguamente era sólo eso, un pueblo de pescadores de sardinas, pero al acabarse estas, reconvirtieron las fábricas de conservas en complejos de ocio, pero todo muy tranquilo que es lo que caracteriza a esta zona. Incluso en urbanizaciones de lujo como las famosas “17 millas de oro”.
Eran muy graciosas las ardillas sueltas por todos lados, pero no se pueden llamar o intentar tocarlas. A parte que ellas no se dejarían, es de las especies más protegidas por aquí.
Ha sido especialmente bonita la población de Carmel, y volvemos a hablar de Clint Easwood, ya que es su alcalde. Está muy limpia y cuidada, con centros comerciales pequeños y coquetos donde comprar o comer, pero todo siempre guardando esa tranquilidad que se respira por aquí [4].
Para concluir este día hemos parado a dormir en San Luís Obispo [5], un pueblo que hemos encontrado desierto porque se disputaba al parecer un partido importante. Pero no olvidaré que aquí he comprado un libro enorme sobre películas de Hollywood, que voy a tener valor de acarrear hasta España, con todo el camino que nos queda por recorrer. Pero creo que va a merecer la pena. Además me ha encantado la librería donde lo he encontrado, nada que ver con las librerías que conocemos [6].
Notas en la actualidad:
[1] Me impresionaron profundamente estas playas de la costa oeste. Están tan vírgenes que se vive el mar en toda su pureza. Nada de playas repletas de bañistas y masificación hotelera. Por el contrario son ideales para dar largos paseos en la soledad más absoluta. No hay nadie tampoco en el agua, porque al parecer hay tiburones. Así que gracias a esos tiburones, y a los otros “tiburones”, la preservan de la masa playera.
[2] Clint Easwood es el nombre que se repetiría por esos contornos en todo momento, era como su reino. Y nunca mejor dicho porque el autobús pasó por delante de su casa, un castillo traído piedra a piedra desde Europa. Y digo “pasó” porque estaba terminantemente prohibido parar aunque fuera un momento, ya de hacer fotos ni hablamos. Algunos son muy celosos de su intimidad, y este es un buen ejemplo de ello.
[3] Eso nos dijeron y habrá que creerlo. Otra actriz esquiva con la gente, con toda la simpatía que regalaba en sus muchas películas. ¿Es posible que esta mujer aún no haya muerto? He estado buscando en la Red y parece que no. Bueno, nació en el año 1924, así que es posible que siga viviendo allí en Monterrey. Por lo visto ha rechazado repetidas veces premios como el Oscar Honorífico en 2004, por su miedo a volar. Quizás por eso que no se deja ver -ni en esos saraos- se tenga la impresión que ha desaparecido ya.
[4] Sólo hay que ver la foto para ver lo que es allí un Centro Comercial: maderas, plantas, luz natural… un remanso de tranquilidad, donde también puedes hacer de todo sin estridencias de ningún tipo.
[5] Este pueblo era muy conocido por Paul el chofer, ya que había vivido allí muchos años. No lo he dicho, pero fue increíble la soltura con la que llegué a comunicarme con él, todo es buena voluntad y practicar. Cuando llegas allí el impacto del idioma es brutal, llegas a pensar que has aprendido otra lengua. Pero luego pasan los días y le vas pillando el aire, haces “oído” y te relajas, que idioma es sólo uno.
[6] Me pasaría las tardes en librerías así, es aquí de pie por los pasillos y ya lo hago. Allí había una parte que era como el salón de tu casa, con chimenea, sofá, mecedora… donde te podías sentar y leer tranquilamente todo lo que quisieras tomándote un café. Una gozada. Aunque estando allí relajada me llevé un gran susto difícil de olvidar. Llegó Héctor y hablando… hablando… salió el tema de “los espalda mojadas”, que la policía les pedía la cartulina verde y lógicamente no la tenían. “¿Qué es eso de la cartulina verde?”, pregunté. Y menos mal que lo hice, porque resulta que con todo el lío que tuve a la llegada al aeropuerto, no me graparon esa cartulina al pasaporte (como suelen hacerlo), y yo no tenía ni idea de donde podían estar las nuestras. Me volví loca buscándolas en el equipaje, entre tanta propaganda y programas. Al final aparecieron en un montón de papeles que estaban esperando tener una papelera para tirarlos a la basura. El disgusto fue mayúsculo, pero sin consecuencias. No hubiera soportado otro enfrentamiento con la inmigración americana. No gracias.
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